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Casa de Recuerdos


Casa de recuerdos,
Camino imposible dibujado en la palma de mi mano,
Renombrado cada día en mis pensamientos,
Casa de mis viejos…

Se evaporan mis pasos en el camino,
Mi corazón se lamenta ante la pestilencia,
Mis manos se encogen,
Empuñando la fuerza que transita mi cuerpo.

El decrepito cafetal atrae mi nariz con su flojo olor,
El tiempo ha venido de visita, varias veces,
Siempre embriagado,
Se queda un rato, otras veces prefiere no entrar,
Aun respeta el delantal de mi abuela y su maquina para moler maíz

Sobre el marco de la puerta,
Una cruz de madera,
Bendice a quien desee entrar,
Frente a ella, una canaleta con años de experiencia,
Lleva en su interior,
La esencia de la polvareda
que suele pasar caricias por el lugar.

La tina azul de bordes fracturados espera pacientemente en el corredor volver a conservar el agua tibia,
Para remojar las posaderas de algún retoño pasajero

¡Casa de recuerdos!
Corredor que rechina con los crujidos de visitantes conocidos,
Cachorro andrajoso que sigue mi marcha
haciendo revoloteos a través de mis pies.

El trasnochado techo con marcas de cenizas,
Del reservado incendio que reclamó su honor
Despojando de la estirpe su respiración infantil,
Descubre mi presencia y cierra sus ojos desconcertados.

Latas de castilla malicientas,
Llenas de risas y voluntades encima,
Atados entre cuerdas amarillentas,
Escuchan mis pasos con temor.

Me encuentro, reinados de telarañas cómodas
en el cableado que regala fuerza resplandeciente al único bombillo de la morada,
aquel que pasa sus días parloteando con la entrometida y velluda mosca.

Colgada en lo alto, la soga cautivadora,
Que esperó mi atención el séptimo día,
Entusiasmando mi apetito de estrangular mi aliento pubescente.

Paredes blancas de sombras impregnadas,
que visten los años de angustia
sin ruta de escape.

No olvido,
La egoísta puerta que engañada por el frío,
Permitía su paso,
Congelando mis pies
Y mis antojos.

Al dormir, en la cama,
Podía sentir el amor entre el colchón y las tablas,
Excesivamente consumido,
Rozaban mi espalda,
Firmaban la noche.

Las gruesas cobijas,
Enterraban mi cuerpo profundamente,
Hacían de mi lecho el sepulcro de mis sueños,
El grillo cantor, oraba por mi,
El roedor silencioso esperaba mi aullido agobiado.

¡Casa de recuerdos!
Tablas del tiempo,
Cobijas que sepultan
La soga que aun me espera,
¡Casa de mis viejos!

Afuera, el lejano sanitario
Que odie en días de lluvia,
La leña húmeda en el fogón,
Que teñía mis dedos.

Los cantos del gallo,
Me decían…

¡Acuérdate!, cantaba a las doce,

¡Acuérdate!, gritaba,

¡Acuérdate!, mataba la siesta,

¡Acuérdate!, escupía mi cara a las seis.

Acuérdate…de la casa que besa el sol
y que la luna esconde y cambia de sitio en la oscuridad,
de la totuma de memorias con agua y panela,

la morada de mis viejos,
la anciana que era yo, cuando habitaba en ella.

El corazón puro que perdí al irme,
De la conciencia que tragaba mi ser,
El alma que conseguí detrás del solar un dia de lluvia,
El alma que perdí con la broca que me siguió hasta aquí,
La broca que hice de mi.